Sed de mal

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Touch of Evil

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Touch of evil
Título Sed de mal,
Sombras del mal,
Toque de maldad’

Ficha técnica


Dirección Orson Welles

Producción Albert Zugsmith

Guión Orson Welles, Whit Masterson

Reparto Charlton Heston,

Janet Leigh,

Orson Welles,

Joseph Calleia,

Marlene Dietrich,

Akim Tamiroff,

Joanna Moore


Datos y cifras


País(es) Estados Unidos
Año 1958
Género Film noir
Duración 108 minutos

Touch of evil (distribuida en español variadamente como Sed de mal, Sombras del mal o Toque de maldad) (1958), considerada por muchos críticos como la segunda mejor obra de Orson Welles, es una película que retrata, de modo turbio e incluso melancólico, la resolución de un caso policial de asesinato en la frontera méxico-estadounidense. Estelarizada por Charlton Heston, Janet Leigh y Orson Welles (además del significativo rol secundario de Marlene Dietrich) la cinta parece debatirse en dos tópicos: la resolución del crimen y el desenlace del personaje de Welles, quien encarna a Hank Quinlan, un detective con un pasado trágico y un presente oscuro que, sin duda, se roba el protagonismo.

A este film se le atribuye el gran final del Cine Negro, resaltando tanto el manejo del tema, como el relato cinematográfico y el uso de diversos recursos para el movimiento de cámara.

[editar] El renacimiento de Sombras del Mal: 50 cambios

Welles. Causante de mil y un dolores de cabeza a la industria cinematográfica. Un nombre, sin duda, polémico para su época; un hombre de peso.

Habiéndose dado a conocer en Hollywood con la muy aclamada cinta Citizen Kane, Orson Welles se había consolidado como cineasta, en todo el sentido de la palabra (se desenvolvió en los roles de dirección, actuación y producción- y como genio. Había marcado, en 1941, un antes y después con un film que traía un innovador uso del lenguaje en el cine, a través de una serie de recursos visuales y narrativos (profundidad de campo, fotogramas en claroscuro y juegos de iluminación, así como los notables movimientos de cámara, -que no son menores en la película Sed de Mal-, entre otros).

Resulta claro, entonces, el porqué de las libertades que le eran otorgadas cuando llegó a encargarse de la dirección de Sed de Mal en 1958. Sin embargo, y muy a pesar de lo muy evidente de su talento, éste cineasta no conseguía ser rentable para los estudios. Finalmente, dadas la ?desesperante? autonomía asumía por Welles y demás minuciosidades caprichosas (hacía caso omiso de las complacencias narrativas y temáticas) que no eran entendidas ($), resulta obvia la decisión que los Estudios Universal tomaron, al contratar a otro director para que se encargase de la historia. Historia de la cual el mismo Welles hacía parte como actor.

Haciendo breve la historia, podemos decir que, de aquella visión orsoniana de 103 minutos, se omitieron unos cinco minutos de tomas significativas para el entendimiento de escenas clave, en la proyección comercial de la época. Una de ellas es la de Suzie (Janet Leigh) al encontrarse acorralada en u motel por los jóvenes de la familia Grandi, momento al que, aquellos conocedores de la primera versión, se refieren como confuso.

Para fortuna nuestra, Welles ?se tomó la molestia? de elaborar un memo con todas las especificaciones necesarias respecto a planos, tiempos, movimientos, música, etcétera. Documento que se recuperaría, años después, a manos del grupo de dirección, al mando de Walter Mürch. Muchos aseguran que son aproximadamente 50 cambios ?decisivos- desde la versión de 1958 a la que vemos y disfrutamos ahora. 50 cambios que marcaron a Sed de Mal como una de las grandes obras de Welles. Algo así como un homenaje póstumo.

[editar] Relato en Movimiento: tanto y más que grúas, dollys y travellings

La historia, criticada por algunos por la inverosimilitud de algunas acciones y ciertos diálogos, no creo que deba calificarse per sé, sino en virtud de la forma. Es el relato y no la historia la que la hace verdaderamente brillante. De ahí a que debamos hacer capítulo aparte a la forma y su estructura. Por lo menos, en sus momentos clave.

Ahora bien, si hay algo que no se puede evitar resaltar es aquella famosa secuencia inicial en la que nos son introducidos los personajes: toda una sinfonía, una coreografía en absoluta sincronía. Cada persona, paso, carro, señal dan cuenta de una minuciosidad impresionante: se nos presenta, mediante una cámara en toma ininterrumpida, a una pareja dirigiéndose, y luego manejando, un carro portador de una bomba. A su paso por un viejo pueblo mexicano, éste adelanta y se deja adelantar por otra pareja que camina hacia la frontera (Charlton Heston y Janet Leigh), éstos últimos se detienen frente a un oficial que les indaga por su procedencia (momento en el cual se da cuenta del papel primordial de Vargas como investigador y héroe). El carro les alcanza y les pasa nuevamente. Boom!!!! Ininterrumpida, reitero. El público los observa de frente, de lado, desde arriba, los persigue, los deja ir, los detiene?y tras unos segundos después de un tic tac, percibido por la copiloto, sufre con ellos la explosión.

Sin ninguna duda, la descomunal expresividad de la cámara, merece un aplauso. Los movimientos de planos secuenciales, así como la fotografía de Russel Metty son grandes destacados. De cualquier modo, no se puede dejar atrás ese juego de luces y sombras que representa, de algún modo, la misma ambigüedad que refleja la trama de la película. Se trata de la claridad, escasamente arrojada, en las escenas y en la resolución del caso (o tal vez del personaje de Quinlan, que, de cierta manera, parece ser más central que la misma historia y que el mismo héroe).

Por otro lado está la música de Mancini con una mezcla deliciosa y pertinente para cada escena. Jazz, bossa-nova, salsa, rock’n’roll y, por supuesto, música mexicana, son los ingredientes principales en su composición. Valga decir que parte de la fuerza que tiene esta banda sonora es que fue utilizada en el film de manera diegética. Es decir sonando de fondo en numerosas escenas en las que hay puesto un tocadiscos, una pianola o una banda que interpreta sus piezas en “directo”.

[editar] Doloroso sentido autobiográfico

-? (…) Léeme el futuro? -?No tienes futuro? -? Qué quieres decir?? -?Se te acabó el futuro. ¿Por qué no te vas a casa??

Críticos de la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños en Cuba, como Jorge Iglesias, se han referido a esta cinta como un ?valiente suicidio cometido por uno de los espíritus más intransigentes de toda la historia del cine estadounidense(?) pero creer que su conducta era inocente sería una torpe ingenuidad?¿ Cómo analizar esto?

La imagen ofrecida por Welles a través del personaje de Hank Quinlan -esa figura robusta, sudorosa, desaliñada, repugnante en ocasiones?a final de cuentas fea, sufrida e indeseable- parece representar al mismo Orson Welles desde la perspectiva de aquella industria cinematográfica hollywoodense, quienes prácticamente despreciaban (¿qué mayor prueba que su despido?) al cineasta.

Quinlan es un rol que corporiza todo lo contrario a aquél Star System reclama y aún así, comprende un protagonismo mayor que el mismo Charlton Heston, a quien podría exigírsele un poco más de carisma o un poco más de esa exhibición de Hank. Su recordación es en gran medida absorbida por el personaje ?magníficamente- encarnado por Welles, el cual hace del mismo un acto ?gran acto- de deformación y rebeldía. Éste sería hermosamente contrastado con la figura de Tana, papel que desempeña Marlene Dietrich: por un lado, Tana, una mujer bella, una prostituta y bruja; y por otro una Marlene aclamada como estrella y parte del mundo-glamour, ambas enteramente conscientes de lo que son.

?(?) un hombre excepcional. Gran detective, mal policía?

El toque de maldad (de su título original Touch of Evil) está inmerso en Quinlan y en la justicia (sus métodos) por la que lucha. La fascinación que causa este personaje en los espectadores es impresionante: un ser de naturaleza turbia, justificado por su pasado, respetado y querido por una sociedad que no lo conoce, de donde sólo una persona (curiosamente, del otro lado de la frontera, Tana), puede presentar aquella otra dimensión que lo hacen vulnerable, sensible y comprendido. Posiblemente dimensiones del mismo Welles.

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